jueves, 15 de septiembre de 2016

El Pobre y el Proletario. (Roland Barthes-Mythologies-ed. du Seuil 1957)




El Pobre y el Proletario
R.Barthes
El último chiste de Chaplin es haber hecho pasar la mitad de su premio soviético a las arcas del abate Pierre. En el fondo, esto equivale a establecer una igualdad de naturaleza entre el proletario y el pobre.
Charlot siempre ha visto al proletario bajo los rasgos del pobre: de allí surge la fuerza humana de sus representaciones, pero también su ambigüedad política. Esto resulta visible con claridad en el filme Tiempos Modernos. Ahí Chaplin roza sin cesar el tema proletario, pero jamás lo asume políticamente; nos ofrece un proletario aún ciego y mistificado, definido por la naturaleza inmediata de sus necesidades y su alienación total en mano de sus amos (patrones y policías). Para Chaplin, el proletario sigue siendo un hombre que tiene hambre. Y las representaciones del hambre siempre son épicas: grosor desmesurado de los sándwiches, ríos de leche, frutas que se arrojan negligentemente apenas mordidas. Como una burla, la máquina de alimentos (de esencia patronal) proporciona solo alimentos en serie, pequeños y visiblemente desabridos. Sumergido en su hambruna, el hombre Charlot  se sitúa siempre justo por debajo de la toma de conciencia política; para él la huelga es una catástrofe, porque amenaza a un hombre completamente cegado por su hambre; éste hombre solo alcanza la condición obrera cuando el pobre y el proletariado coinciden bajo una misma mirada (y los golpes) de la policía. Históricamente, Charlot representa, más o menos, al obrero de la restauración, desamparado por la huelga, fascinado por el problema del pan (en el sentido propio de la palabra), pero aún incapaz de acceder al conocimiento de las causas políticas y la exigencia de una estrategia colectiva.
Pero justamente, porque Chaplin aparece como una suerte de proletario torpe, todavía exterior a la revolución su fuerza representativa es inmensa. Ninguna obra socialista ha llegado a expresar la condición humillada del trabajador con tanta violencia y generosidad. Sólo Brecht, quizás, ha entrevisto la necesidad para el arte socialista, de tomar al hombre en vísperas de la revolución, es decir, al hombre solo, aún ciego, a punto de abrirse a la luz revolucionaria por el exceso “natural” de sus desdichas. Al mostrar al obrero ya empeñado en un combate consciente, subsumido en la causa y el partido, las otras obras dan cuenta de una realidad política necesaria, pero sin fuerza estética.

Chaplin, conforme a la idea de Brecht, muestra su ceguera al público de modo tal que el público ve, en el mismo momento, al ciego y su espectáculo; ver que alguien no ve es la mejor manera de ver intensamente lo que él no ve: en las marionetas, los niños denuncian a Guignol lo que éste finge no ver. Por ejemplo, Charlot en su celda, mimado por sus guardias, lleva la vida ideal del pequeñoburgués norteamericano: cruzado de piernas lee su diario bajo un retrato de Lincoln. Pero la suficiencia adorable de la postura la desacredita completamente, hace que en adelante no sea posible refugiarse en ella sin observar la nueva alienación que contiene. Los más leves entusiasmos se vuelven vanos; al pobre se lo separa siempre, bruscamente, de sus tentaciones. En definitiva, es por eso que el hombre Charlot triunfa en todos los casos: por que escapa de todo, rechaza toda comandita y jamás inviste en el hombre otra cosa que al hombre solo. Su anarquía, discutible políticamente, quizás represente en arte la forma más eficaz de revolución.

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