viernes, 15 de julio de 2016

Nos roban los derechos reprimiendo libertades


(Manuel Corbera)



El día 1 de julio se cumplió un año de la entrada en vigor de lo que conocemos como leyes mordaza, es decir, la Ley de Seguridad Ciudadana y la Reforma del Código Penal, que vinieron a reafirmar y justificar una política represiva iniciada algunos años antes, en la legislatura del PSOE, y continuada a lo largo de la legislatura del PP -calificada por Jueces para la Democracia como la peor de la historia en lo que hace al recorte de derechos y libertades.

En realidad, como es bien sabido, las leyes mordaza se insertan en el marco de un fuerte retroceso general de las libertades individuales y colectivas que no es exclusivo de nuestro país. Vivimos -podría decirse que a nivel mundial- en un progresivo recorte de libertades que ya ha alcanzado el mundo occidental identificado desde después de la Segunda Guerra Mundial con la democracia. Desde los años 80 los ideólogos del neoliberalismo comenzaron a imponer su nuevo modelo, que reconocía la libertad absoluta del mercado, la hegemonía del capital financiero, el adelgazamiento de los Estados y su endeudamiento, la privatización de los servicios sociales, la precarización del empleo y la rebaja de salarios incluso por debajo de los niveles de subsistencia. Y esa libertad económica, ese laissez-faire, laissez-passer, florecía mejor bajo regímenes de restricción de libertades políticas.

No en vano su ensayo general se llevó a cabo en el Chile de Pinochet. Su expansión por el mundo ha adoptó formas peculiares. En Turquía, por ejemplo, el régimen de Erdogan ha utilizado el islamismo contra el Estado laico de Atatürk  para recortar las libertades y los derechos humanos e imponer el depredador modelo neoliberal con el que espera ser digno de ser admitido en le club de la Unión Europea. A Europa no le preocupa esa deriva de su vecino y aliado de la OTAN, y mucho menos si accede a convertirse en el país en el que externalizar el problema de los refugiados. Pero también porque en el propio centro de Europa, de la Europa occidental sinónimo de libertad y democracia, han llegado los recortes de derechos y las limitaciones a las libertades. Se han acompañado frecuentemente de discursos que apelan al miedo al terrorismo y al otro (al inmigrante, al refugiado) y que, además de justificar medidas represivas y de control, favorecen llamadas a la xenofobia que fortalecen a la extrema derecha. Se podrían poner muchos ejemplos, tanto en los países del este como en la occidental Francia, Alemania, Holanda o Inglaterra.

1.-El recorte de derechos mediante el refuerzo de la represión

En España la intensificación de la represión y los recortes de libertades comenzaron con la resistencia a los demoledores efectos de la crisis económica. Las huelgas generales (de 2010 y 2012) desempolvaron el preconstitucional artículo 315 del Código Penal, introducido en el año 1976 y no derogado en el denominado “Código Penal de la Democracia” aprobado 1995 con el gobierno del PSOE, a pesar de resultar manifiestamente incompatible con el derecho de huelga y con la libertad sindical consagradas en la Constitución Española. En su formulación anterior a la reforma actual dicho artículo (315,3) imponía una pena mínima de 3 años y un día de cárcel a los piquetes informativos, interpretando que ejercían coacción y actuaban contra el derecho a trabajar. Esa desproporcionada pena fue la razón de que nunca se aplicase hasta ahora, sin embargo, casi 300 sindicalistas se han visto afectados en los procesos abiertos tras las huelgas generales. Algunos sumaban penas verdaderamente monstruosas, como las de los ocho trabajadores de “Airbus” para quienes la Fiscalía solicitó ocho años de prisión a cada uno por participar en un piquete en la huelga general del 29 de septiembre de 2010. Algunos y algunas fueron condenadas y sus nombres acabaron siendo bien conocidos en todo el Estado: Ana y Tamara, Carmen y Carlos, Serafín y Carlos, Isma y Dani… La presión que ejercieron las luchas evitó su entrada en la cárcel, quedando pendientes de indulto. Y siguen juzgándose nuevos casos de la larga lista.

Las nuevas formas de lucha que aparecieron tras el 15M fueron enseguida atajadas sin esperar al nuevo marco legislativo que el PP empezó enseguida a diseñar. Intentaron criminalizar, prohibir y reprimir los escraches, genuinas muestras de indignación ante la clase política. Muchos jueces no vieron delito en ello y buena parte de los acusados no pudieron ser encausados. Algunos jueces, sin embargo, aceptaron la existencia de supuestas agresiones y dictaron durísimas sentencias, como sucedió en el caso de ocho de las veinte personas encausadas por el “Aturem el Parlament” en Barcelona. Absueltas primero por la Audiencia Nacional, la sentencia fue recurrida por la Fiscalía, Manos Limpias, La Generalitat y el Parlament, en definitiva por la clase política y el sector más retrógrado de la judicatura. Una presión que, sin duda, fue decisiva para que el Tribunal Supremo dictase la nueva sentencia condenatoria, modelo de desatino y desproporción, por la que se imponía una pena de 3 años a cada uno por recriminar las políticas de recortes y seguir a los diputados y diputadas con las manos en alto. De nuevo la presión de la calle consiguió que la Audiencia Nacional suspendiera la entrada en prisión -reclamada con insistencia- hasta que se resolviesen las peticiones de indulto.

La férrea resistencia de las Plataformas de Afectados por las Hipotecas (PAH) a los desahucios, la ocupación de sucursales bancarias para intentar negociar con los directores, ha sido uno de los frentes más atacados por la  represión. La policía ha intervenido para defender -nunca de manera tan clara- los intereses de los bancos amparados en una de las leyes hipotecarias más retrogradas de Occidente. Y lo ha hecho, en más de una ocasión, sin orden judicial, utilizando la violencia contra los inmuebles y los defensores de las familias desahuciadas. Las acusaciones de resistencia a la autoridad y las numerosas multas han tratado de ir minando la solidaridad de los activistas.

La criminalización ampliamente difundida por los medios, acompañada a menudo de montajes policiales, ha sido una de las vías más utilizada para justificar la represión. Quién podría olvidar aquellos casos, casi cómicos, en los que grabaciones difundidas en las redes mostraban la presencia de policías provocadores en las manifestaciones obligados a revelar su identidad públicamente a sus compañeros para que no utilizasen con ellos la fuerza. O aquellos otros que descubiertos y recriminados por los manifestantes quedaban aislados y la policía tenía que crear un pasillo para rescatarlos. Mayores consecuencias tuvieron, sin embargo, otros montajes que se saldaron con el encarcelamiento de compañeros. El caso más significativo ha sido el de Alfon, condenado a 4 años de cárcel por portar, supuestamente, una bolsa con explosivos. A pesar de no hallarse huellas dactilares en la bolsa, de reconocerse en el juicio la ruptura de la cadena de custodia de la prueba, de realizarse tres registros domiciliarios infructuosos, fue condenado sin más evidencia que la palabra de los policías. Ingresó en prisión el 17 de junio de 2015 y prácticamente durante el primer año ha permanecido en régimen de aislamiento FIES (Ficheros Internos de Especial Seguimiento).
El otro, más reciente pero igualmente grave, es el del concejal de Jaén en Común y miembro del SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores) Andrés Bódalo. Condenado a tres años y medio por haber agredido supuestamente a un edil del PSOE en el transcurso de unas protestas en Jodar (Jaén) en el año 2012, fue encarcelado a finales de marzo de este año sin más prueba que la palabra de quien le acusaba, habiéndose rechazado como prueba un vídeo en el que se demostraba que no hubo tal agresión y que incluso Bódalo intentó calmar los ánimos. Lo cierto es que el SAT ha sido una de las organizaciones sobre la que la represión se ha cebado, contando a día de hoy con más de 700 encausados con peticiones de multas y de cárcel.

Se trata, sin duda, de condenas ejemplificantes, que persiguen doblegar los movimientos e instalar el miedo. Al igual que al SAT, la represión también ha perseguido con saña a algunas organizaciones anarquistas.
Las Operaciones Pandora y la Operación Piñata se orientaron -como se decía en un Auto- a “desarticular una organización terrorista de carácter anarquista a la que se atribuyen varios atentados con artefactos explosivos”. La primera Operación Pandora, ordenada en diciembre de 2014 por la Audiencia Nacional, tuvo una gran repercusión mediática, ya que se llamó a los medios para que asistieran al impresionante operativo: 400 Mossos d’Esquadra, agentes de brigada móvil, numerosos furgones y hasta un helicóptero, participaron en el asalto a la Casa de la Montanya en Barcelona, ocupada desde hacía 25 años y bien reconocida como centro de actividad social. Se detuvo a 11 personas. Tres meses más tarde se produjo la Operación Piñata que afectó principalmente a Madrid, donde de nuevo se asaltaron varios centros sociales en Lavapiés (La Quimera) y en Vallecas. 38 detenidos. El 28 de octubre de 2015, de nuevo en Barcelona y Manresa, se llevó a cavo la segunda fase de la Operación Pandora. Entre los detenidos se encontraba uno de los abogado que trabajaba en colectivos sociales. La organización terrorista perseguida era el GAC (Grupos Anarquistas Coordinados) y una parte de los detenidos pasaron más de un mes en prisión preventiva, para luego ser puestos en libertad con elevadas fianzas.

Además de difundir el mensaje de que el anarquismo terrorista se estaba implantando en España, estos hechos constituían importantes precedentes que abrieron nuevas vías represivas, ya que ampliaban el término de terrorismo a un amplio espectro de comportamientos y acciones. La profesora Carmen Lamarca (de la Universidad Carlos III) afirmaba que la reforma del Código Penal de 2010 introdujo una gran ambigüedad al sustituir “banda armada” por “organización terrorista” y enfatizar en el concepto de terrorismo una finalidad política de subvertir el orden constitucional por medios violentos. Es decir, el elemento característico y objetivo de las armas se dejó de lado, priorizando el elemento subjetivo de la subversión del orden constitucional. Así podía justificarse este asalto represivo al anarquismo, políticamente subversivo y en el que algunos de sus militantes habían practicado sabotajes de baja intensidad en cajeros automáticos causando “daños terroristas”. La interpretación de los hechos quedaba exclusivamente a la discrecionalidad del juez[1].

2. Legislación propia de un Estado Policial.

En definitiva, antes de la incorporación de las nuevas leyes la represión y el recorte de libertades habían avanzado considerablemente. Sin embargo, la aprobación y entrada en vigor de éstas supondrán un gigantesco paso adelante hacia el Estado policial.

La primera de estas nuevas leyes, a la que no se ha prestado demasiada atención, fue la Ley de Seguridad Privada, que entró en vigor en junio de 2014. No se trata sólo de que favorezca el negocio privado, sino de que presenta amenazas preocupantes. Con ella algunas funciones propias de los Cuerpos de Seguridad del Estado se externalizan o comparten con los vigilantes de las empresas de seguridad privadas, que tendrán competencias en espacios públicos y podrán intervenir en ellos (centro de la ciudad, manifestaciones). Además los requisitos para convertirse en vigilante privado se reducen y con ello el control y la responsabilidad sobre las acciones de las personas que ocupan esos puestos.

La Ley de Seguridad Ciudadana se diseñó para atajar las nuevas formas de lucha en defensa de los derechos laborales y sociales, para limitar la libertad de expresión y de manifestación, para evitar los escarches y las acciones antidesahucio o en defensa del medio ambiente. Su primera versión horadaba de tal manera los principios democráticos liberales que asustó a la propia derecha europea e incluso española, y ante la importante contestación social juzgaron oportuno revisarla.
En la versión reformada mantuvo plenamente su carácter de instrumento para doblegar los movimientos mediante el miedo, utilizando altas sanciones económicas que se han demostrado eficaces para amedrentar al activismo. La Reforma del Código Penal, que entró en vigor el mismo día (1 de julio de 2015), vino a complementarla. Sin entrar en un tedioso análisis detallado del contenido de ambas leyes, cinco son los aspectos, a mi entender, más destacables: Primero, la ley está llena de ambigüedades y otorga a la policía una gran discrecionalidad en la interpretación de la misma, convirtiéndola de hecho en juez y parte; puede decidir cuando se incurre en falta o delito, identificar a quienes considere sospechosxs, someterles a registros corporales, llevar a cabo redadas a discreción, y crear listas negras de manifestantes, activistas, sindicalistas, periodistas… Segundo, se prohíbe conseguir pruebas de actuaciones policiales improcedentes mediante fotografías o grabación y difundirlas, con lo cual a la presunción de veracidad que la ley otorga a lxs agentes se suma la imposibilidad de probar la no culpabilidad de lxs acusadxs. Tercero, el gobierno está autorizado a prohibir cualquier protesta que considere que pueda alterar el orden, cualquier reunión en lugares que califique (a posteriori, porque no están definidas) como “infraestructuras críticas” y cualquier manifestación frente al Congreso, los parlamentos autonómicos y otras instituciones. Cuarto, se responsabiliza a los convocantes y a quienes repliquen las convocatorias de los posibles altercados que se produzcan en los actos convocados.  Quinto, se agravan las penas por atentado (sin necesidad de amenazar la integridad física) y resistencia a la autoridad, bien sean representantes políticos, cuerpos de seguridad del Estado o personal de seguridad privada. Sin olvidar, por supuesto, las devoluciones en caliente y la reintroducción de la cadena perpetua.

En el tiempo que llevan en vigor la aplicación de sanciones en virtud de la Ley de Seguridad Ciudadana, algunas noticias de sanciones nos pueden hacer sonreír, como la de aquella persona que llamó colega al agente, la panadera que le dijo que allí no se podía aparcar o la chica del bolso con las iniciales ACAB (All cats are beautiful y no, como el agente quiso entender, All cops are bastards). Pero lo preocupante de esos casos es que forman parte de la que ha sido la segunda causa de sanción por ley mordaza, la falta de respeto a las fuerzas de seguridad. Entre el 1 de julio de 2015 y el 28 de enero de 2016 se impusieron 6.217 multas por esta causa (aproximadamente 30 al día), a las que habría que añadir otras 3.699 por desobediencia o resistencia a la autoridad y otras 2.027 por causar desordenes. Ninguna de ellas, es cierto, parece haber pasado de faltas leves (entre 100 y 600€), pero no dejan de ser significativas en tanto que apuntan a ese aumento del poder y discrecionalidad que la ley otorga a la policía. Y no olvidemos que se ha empezado a aplicar en año electoral, en el que, por otra parte, no ha habido grandes movilizaciones.

Un sector particularmente afectado, como no podía ser de otra manera, ha sido el del periodismo, ya que acallar la calle supone, además de silenciar las protestas, hacerlas invisibles, ocultarlas a la opinión pública. Lo que no se ve y de lo que no se habla no existe. Hoy no pueden conseguir la invisibilidad absoluta. Las redes juegan un papel fundamental en la difusión de noticias. Pero también se ven sometidas a férreo control y a sanciones por ley mordaza.

3. Coordinando la Resistencia.

¿Será posible revertir esta situación, este avance hacia un Estado autoritario y policial? Aún no sabemos cuál será el próximo gobierno, aunque la composición parlamentaria ofrece un panorama muy diferente al de la anterior legislatura del PP. El parlamento surgido de las elecciones del 20D llegó a abolir la ley mordaza, pero dicha resolución quedó suspendida con las nuevas elecciones.
La composición actual no es exactamente la misma, pero, en todo caso, lo que está claro es que será la presión en la calle la que incline la balanza en uno u otro sentido en las instituciones. En todos estos años de represión han ido surgiendo numerosas organizaciones antirrepresivas locales (como es el caso de LIBRES, la Asamblea Cántabra por las Libertades y contra la Represión, a la que pertenece quien escribe), muchas de ellas se han conectado en red en organizaciones estatales como No Somos Delito, Defender a Quien Defiende o Amnistía Social.
Se ha avanzado, por tanto, en la organización de un movimiento de resistencia que deberá ahora fortalecerse, actuar coordinadamente para golpear todas juntas e impulsar una retirada de las leyes mordazas y sobre todo una amnistía social. Porque no basta con la abolición de las leyes -de las que por otra parte nos interesan particularmente los aspectos que afectan a las libertades y derechos- sino que debemos exigir la liberación de los presos políticos, la retirada de las sanciones, el resarcimiento de los perjuicios causados y el reconocimiento de que la protesta no es delito sino un derechos fundamental.






[1] Daniel Amelang: “Hipertrofia: operaciones contra anarquistas”. Diagonal, 1-6-2015.

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